Le gustaba retratarla en cada esquina de su piel, en cada rincón de su entorno, en cada respiro del día.
Necesitaba cada fotografía suya para guardarla en su mente, como un suspiro, como un secreto. Pues la nostalgia era su compañera habitual de cada noche y la soledad la nana que mecía su cuna.
Retrataba su silueta en cualquier soporte para no olvidarla, pues extrañaba su querer a medianoche, a deshora y sin prisa. Sus enfados y reproches y su alegría contagiosa.
Le gustaba retratarla, a escondidas, entre sueños... sin saberlo. Pues en cada retrato de ella, él plasmaba sus miedos e inseguridades, dejando en cada cuadro un rastro, una parte de él.
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